Mojitos
A Marisa le temblaban las
piernas en la puerta del café, “ La bodeguita del medio” se veía oscura y fresca desde la puerta . El
sol la había enceguecido y no lograba encontrar a Ernesto, pero lo intuía como
siempre, acodado en el mostrador con tres o
cuatro copas vacías, muestras de los mejores
mojitos que se había tomado.
Igual levanto la cortina y caminó
a tientas hacia el lugar que presumía estaba
el escritor
, oyó su risa contagiosa en los oídos y en la piel.
- Hola, dijo temerosa, y el hombre
la abrazó haciéndola desaparecer entre sus brazos y su enorme cuerpo. ¡ Hola
guapa! , ¿ cuando llegaste? ¡ Que alegría verte!
La muchacha se separó del abrazo
para poder respirar y contestó –Esta mañana
en el vuelo
de las 10 y 30. -Sabés que no tenemos mucho tiempo y según me dijiste hay medio
libro para corregir.-¿ Por qué no nos ponemos a trabajar? No bebas mas, vamos
al hotel.
- No tengo ganas , lo que escribí es una
porquería y no merece la pena corregirlo.
- Mozo! dos mojitos con mucho limón-
Marisa suspiró resignada. Había que tener
mucha paciencia con ese hombre y mu-
cho valor
para arrancarle las carillas que había escrito. Al rato Ernesto estaba borracho
.
La chica lo ayudó a llegar al
hotel, lo acostó, le sacó los zapatos y le aflojó el cin-
turón. A
los diez minutos Ernesto roncaba y la muchacha se acercó a la mesa donde
estaban las carillas apiladas. Ahí dudó. El título de una de las pilas decía el
“Viejo y
el Mar”, la
otra “El hombre que grita”. La conmovió la imagen de un hombre que grita.
Y eligió.
Recogió las carillas del “Hombre que Grita” y las metió en su bolso, se acerco
al hombre dormido y lo besó en la
boca.
-Adiós viejito y gracias. Si lo termino podré
viajar a Francia- Salió en puntas de
pie,
cerrando en silencio la puerta del cuarto de hotel.
R. Saporiti
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