lunes, 21 de diciembre de 2015

La maratón

La maratón



Correr, correr, correr. Hacía unos minutos había recibido el llamado dándole la noticia.

Los camiones llegaron a la esquina de la librería, los soldados  pertrechados con armas largas. Entraban con  prepotencia casa por casa abriendo y revisando cajones, muebles, bibliotecas.

Tenía que hacer doce kilómetros sin auto y en la locura que da la desesperación, no se le ocurrió otra cosa que correr para ayudar a Luis.
Así iba sorteando esquinas, corriendo por la avenida.
Correr, esconder los libros, ayudar a Luis. Correr, esconder los libros ayudar a Luis.

Cada esquina hoy tenía otro nombre, nombres de escritores, de libros
que ocupaban estantes, gabinetes, lugares prohibidos, lugares sinuosos,
lugares oscuros.

Lidia ya no tenía aliento y por un instante se sentó en el cordón de la vereda. Le vino a la memoria la quema de libros, en muchos momentos de la historia

Descansó un instante y se puso de pié. Hay que correr cuando se está en peligro. Sesenta, setenta, Kafka, ochenta, noventa, el Libro Rojo de Mao. Cien. Ya faltaba menos. Ciento diez, el Che. Ciento veinte, Leopoldo Lugones.  
Cuando dobló la esquina, los vio. Eran decenas de soldados. Eran doce camiones. Eran muchas armas.

Respirar, respirar, respirar. Profundo, hondo, profundo.

Pisó el umbral y miró a Luis.
 -¡Cómo corriste! -  Y la abrazó. - No te preocupes, está todo guardado.

- ¿Vinieron?
- No. Ni van a venir. En una casa alguien escapó y encontraron armas. 

Entonces Lidia, se puso a ordenar libros y llenar vacíos. Los inclinaba
los acostaba en los estantes. Llenaba espacios, acunaba lecturas, exhibía
portadas.

Cuando terminó se sentó en el umbral y miró los camiones, la partida.
Levantó los ojos y a través de los tilos de la vereda comenzó a contar
el paso de los vehículos: uno, dos, tres...
           

El cortejo

El cortejo                                                                                                    



     Iba distraída, caminando por la calle Alem. Miraba los árboles, el cielo frío y azul con ése azul único de la Argentina. Cuando me disponía a cruzar la avenida, se detuvo un cortejo. Sin darme cuenta, leí el nombre impreso en seda oscura con letras doradas: Raquel Saporiti, decía. Sorprendida pensé: pero están locos, si yo estoy caminando por la calle Alem.
     Sin embargo alcancé a ver los pasajeros de los autos: todos conocidos.
Ahí estaban mi hermano Carlos y también el mas chico, Robertito. Mis sobrinos, algún poeta amigo y mis amigas. Todos llorosos y angustiados.
     Rápida me puse a la par del coche fúnebre. Y sí, había muerto ayer de escarlatina.
     Ya que estaba miré las flores: profusión de rosas y jazmines. ¡Qué suerte!  ¡Justo las flores que mas me gustan!
     Cuando llegamos al cementerio el cortejo entró. ¡Qué derroche! Gastar tanta plata en cementerio. Hice una carrerita para llegar al agujero abierto que oscuro me esperaba. Me asomé y miré. Todavía estaba libre.
     Vino un cura y empezó a hablar. _  mujer de grandes méritos, madre amantísima hija devota. _ Qué mentiroso, pensé. Si yo no tuve hijos y tampoco méritos. El religioso no me conocía y decía lo que todos esperaban.
Alguno se sonaba la nariz y otros con anteojos negros, mantenían la incógnita del dolor tras los cristales.
     Crucé las piernas y me senté en el pasto. Una hormiga me picó el tobillo y  la quité de un manotazo. O eran ciegos o estaban distraídos porque nadie se dio cuenta.
     Así fui bajando muy despacio al hoyo. De pronto sentí un fuerte golpe en el pecho. Era el primer terrón. Después siguieron otros. Me puse las manos en la cara para que no me lastimaran los cascotes. Pronto los deudos se calmaron y el cielo se nubló.
     Charlaron un ratito un poco apesadumbrados y lentamente salieron a la avenida.
     Yo quedé sentada mirando las flores y la placa.
     Ahora estaba muy adentro del mundo.
     Los árboles eran los mismos de la calle Alem y el cielo azul con ese azul único de la Argentina, también se parecía.

     Entonces decidí cruzar la avenida.

La modelo

    La modelo   



           En contraste con la imagen, el siente las líneas y el contorno  de su propia densidad.

          La línea de la luz valoriza la tela, la textura le da volumen.
 El está al borde del grito, de la angustia.
         
         La curva de la cadera lo estremece, pero ella no lo mira.
 Parece dormir  y es indiferente al calor de la mano de él,
 que con un dedo toca la zona mas profunda de la curva.
 La piel suave y algo pálida, ahora le parece una falsa visión.
        
         La mira por el espejo y en segundo plano ve su propia imagen al borde.
         Los ojos son apenas un reflejo, una ilusión absurda.
         La verdad ha quedado en la visión, en el contorno de la mujer que aún esta dormida.

          

La manzana

       La manzana


      Son Adán y Eva en la fronda. Sueñan.
La manzana, por alguna razón, descansa en una jaula y  espera el momento.
       El hombre le da la espalda a la mujer con impaciencia.
       La jaula estrecha el espacio entre sus barrotes.  Eva sigue inmóvil tornándose sedosa y transparente cuando Adán la mira.
       Ella está indecisa. Duda de la orden recibida: ofrecerle la manzana a Adán.  ¿Qué efecto producirá en sus vidas si Adán  come la manzana? Ella no se ha atrevido a preguntar.
      Adán mira a la mujer. Se siente solo.
      Pero ella ha decidido esperar,  no toma la fruta y detiene el tiempo entre sus manos.
     Ya han pasado los años y nada evoluciona.
     Adán se pregunta como esta aquí y que hará Eva por fin con la manzana. 

La carrera

La carrera                                                                                                 



    El animal galopa con gracia y elegancia; es el favorito del Gran Premio Nacional. El jinete no lo monta, lo sobrevuela y la tribuna ruge. El caballo es hijo de un padrillo famoso y multipremiado en todo el mundo. El jinete es un veterano jockey de 53 años y adora a este animal que es toda su familia.
     Ambos avanzan por afuera, con la convicción que da la sangre  pura. El jinete no toca la fusta; apenas acompaña la respiración, los latidos del corazón al ritmo de la carrera.

     Pronto el favorito arremete en un último esfuerzo; quedan pocos metros para el disco, cuando el destino se cruza en forma de sombra sobre la pista. Se asusta, calcula mal y rueda entre sus propias patas, quebrándose una mano. El jinete de espaldas, queda golpeado pero a salvo y ve pasar a los caballos hacia la meta final. Se pone de pie llorando, es un pequeño gladiador que llora. Gruesas lágrimas ruedan por la chaquetilla, el sabe lo que le espera al campeón. Se abraza al cogote del animal y le dice bajito: - no te preocupes, adonde vas no hay sombra ni hay olvido -.

Elementos


 Elementos


                                                   I


Escucho el agua deshacer mi sueño con sonido de palabras,
son las lluvias del pasado que se adueñan de mi, ahora que estoy durmiendo.
Octubre. Las lluvias de Octubre inundan mis ojos y ya no miran porque
están cerrados. ¿Seré yo la que sueña el agua? ¿ O estaré despierta viendo
caer los hilos sobre los vidrios de la ventana, que en la vigilia de otro día
cuando era Octubre caía inundando mi sueño?


                                                   II


Todo lo que alumbra arde. La palabra sonora, la campanada al aire propaga
luz.
Me fui a la infancia para verme y una sombra ya desdibujada quería cantar.
El hechizo era azul, la sombra blanca. y yo parada en una esquina te vi pasar
 con la voz en llamas, ardiendo mientras tu luz alumbraba la palabra.        

                                                 
                                                  III


 El hombre vigila su propio sueño, ha estado mirando el verde intenso al
que pisa como volando.
La línea del horizonte se curva, tan nítida, que hubiera podido hacer equili-
brio en su curvatura y perderse pequeño detrás de un molino.
El aire es diáfano, transparente y guarda algo de silencio o religiosidad.
Mientras vigila, el paisaje se va ausentando. Ya no ve tanta claridad y nitidez.
La curva del horizonte se desvanece y no puede caminarla. Poco a poco el mundo desaparece, se diluye, se pierde en la vigilia.
El prende la luz y un cigarrillo. El sofá es rojo como siempre, las tazas usadas
están sobre la mesa y algo del color verde como en el sueño se mezcla en la
espesura de la alfombra.