viernes, 22 de noviembre de 2019

La liebre y el zorro


La liebre sentada en el estante de la biblioteca miraba al zorro con curiosidad.
 Era una liebre de papel que alguien había aprendido a hacer la tarde anterior.                                  
          El zorro  leía la fábula para entretenerse un rato.

         De pronto la vida fue todo papel, frágil y multicolor;
 la liebre pegó un gran salto y comiendo una zanahoria, dijo:

 - ¿Cómo te llamás?
-Zorro Plateado de las Pampas, y vos?
-Yo soy Liebre Rápida- y en una carrera de pocos segundos llegó al
  extremo del estante.
El zorro la miró y murmuró – esta sí que lleva bien el nombre.
-Me gusta mucho el papel plateado con el que te hicieron, dijo la liebre.
-Bueno, bueno, no es para tanto. Ya se que soy hermoso.  
-  A mi me gustan mis pelos color pardo- dijo la liebre- y se pasó la pata para alisarse
los bigotes.
  

          Al zorro plateado  un raro instinto le recorrió la columna vertebral y sin poder
evitarlo abrió la boca e intentó capturar a la liebre.
          La liebre acostumbrada por miles de años a ser devorada, había aprendido
 a correr y pegando un salto, empezó a dar vueltas por el living.
          Subía y bajaba por las sillas, se colgó de la araña de caireles e intento esconderse
 debajo de la mesa.
          El zorro la perseguía pero como era más grande, se golpeaba en los muebles,
 en las paredes y en las puertas.
          Poco a poco el papel plateado, se llenó de abolladuras y perdió su forma.
          Ya no fue mas el zorro plateado de las pampas, ahora era algo parecido a una
 pelotita plateada para el árbol de Navidad.
          La liebre se subió de nuevo a la estantería de la biblioteca, tiró la zanahoria
  y secándose el sudor murmuró:
-          Uf como me cansé- y suspiró aliviada.
           Después de un rato buscó con la mirada la cosa redonda en la que se había
convertido el Zorro Plateado de las Pampas.
         
           Mientras se compadecía, se abrió la puerta y entro Marcia, la asistente que
 hacía la limpieza.
            Traía plumero, escoba y un tacho para guardar la basura.
           Empezó a repasar los estantes con mucha energía. Mientras pasaba el plumero,
miraba con curiosidad  los lomos de los libros.

           En un momento se distrajo y con el plumero tiró a la liebre de papel
 debajo del escritorio.
          Ahí gemía el zorro su destino navideño.
           La liebre, quiso hablarle con afán de consuelo; pero pronto Marcia los barrió
 y los tiró al tacho de basura.
          Ahora Marcia tenía apuro. Se hacía tarde. Cuando terminó,
 vació el tacho en una gran bolsa de plástico negro.

            En la vereda pasó el camión recolector, la bolsa voló por el aire y la liebre y el zorro
pese a su antigua enemistad, se abrazaron con fuerza.
           Tenían miedo. Después el camión vació su carga en un basural del conurbano.
           Alguna lágrima goteó en los ojos de La Liebre y lo abrazó más fuerte.

           Pronto un viento pampero se levantó revolviendo los restos de la
 vida humana y rodaron bolsitas de plástico, objetos pequeños, y papeles.
          La Liebre y el Zorro volaron por el aire un largo rato.
Mientras, el viento deshacía la pelotita navideña y  el Zorro Plateado de las Pampas
 recobraba su forma original.
         La Liebre miró a su alrededor y aspiró el perfume del campo.
Ver el  azul del cielo, los árboles, los pájaros y la laguna, la emocionaron.
Nos salvamos -dijo el zorro. - Nos salvamos! dijeron a la par.

       Atravesaron bañados, maizales, campos de alfalfa, sortearon algunas vacas y se
 detuvieron al ver un grupo de casas rodeadas de un monte.
 Oyeron voces y se acercaron a la matera.
      
       Un paisano contaba un cuento. Los otros escuchaban en silencio tomando
mate.

                                                                                     Raquel Saporiti
                                                                                     Noviembre de 2019
                                                                                       

martes, 19 de noviembre de 2019

Balada matutina en el microcentro.


Cubre una luz tristísima la calle,
dolorosas lagunas se dan vuelta y se tapan con mantos de tierras lejanas.

Crecen los olvidos desde el asfalto y derraman palabras y forman arcos romanos y triunfales contra la luz rectangular del cielo.

Mientras suceden los trabajos de apariencia, veloces y traumáticos,
cataratas de brisas se deslizan por los cables, horadan el espacio con su vuelo, juegan y confunden las conversaciones del banquero y su cliente,
conectan  el teléfono a la oreja de la luna Vulcano y trágicos rumores
desnudan  los oídos: han estallado las flores de la primavera.

Los pétalos traspasan las narices, ojos y bolsillos
_de los desprevenidos transeúntes, causando innumerables inconvenientes
al normal desarrollo de los negocios_ se lee en las portadas de los diarios.

Los funcionarios, perdida la razón por aroma a jazmín y risa de llanura,  
mujeres  paganas y chicos desnudos corriendo por la arena, mueren de amor en la cintura de la playa...

 Ahora hay una luz muy delicada que ilumina los contornos  
 y mundos vestidos de amarillo por el sol que abraza y canta.
.


                                                                                            R. Saporiti.