Había una conferencia en la Sociedad Argentina
de Escritores, fui, ya que el tema era interesante: la Poesía en el
mundo actual. Entré, me senté y escuché. Qué aburrimiento. El
disertante hablaba en difícil y su voz era muy baja y vacilante. Al
rato ya mi mirada vagaba por los concurrentes, después por el techo,
los pisos y las paredes. En ellas había fotos, poemas y un cuadro
especialmente llamó mi atención. Una revista mural enmarcada
llamada Prisma y pensada por Borges, González Lanuza y otros poetas
que ahora no recuerdo. Editada alrededor de 1920 había revolucionado
el mundo de la poesía. ¡Un afiche con poemas pegado en las paredes
de Buenos Aires! Solamente a un genio como Borges se le había
ocurrido semejante producción. Me encantó. En esa época yo
participaba de Poesía Abierta y habiamos creado un movimiento poético junto a tres amigos: Nolo Correa, Elena Fassio y Hugo Olmos que se llamaba Fundación Pro Arte. Por lo tanto tenía contacto con
muchos poetas y escritores, menores y mayores. Era un momento de
muchísima ebullición cultural, había terminado la dictadura y
vivíamos un gobierno democrático. Planteé la posibilidad a los
compañeros más cercanos y también les gustó la idea. Empezamos
por el nombre, bien pretensioso por cierto. Brújula, la que marca el
rumbo, el norte, la dirección. Y nos pusimos manos a la obra.
Selección de poetas, imprenta, diseño, costos de pegatina, formato
y confección. El primer número tuvo una tirada de2000 ejemplares.
Registro en la oficina correspondiente, juntar el dinero y se me
encomendó escribir una pequeña editorial a la que llamé
Fundamento. Enseguida pensé en Borges y en la diferencia abismal que
existía entre su calidad de poeta y nosotros, pequeños aspirantes a
escribir alguna vez un buen poema. En ese fundamento hablé sobre la
belleza, la pluralidad y sobre todo dejé bien claro que el padre de
la idea era J. L. Borges.Después de muchos nervios y trabajo una
noche de agosto presentamos formalmente la revista Brújula en un
café de Bolívar y Chile, llamado con toda justicia “La Poesía”,Bar Literario, Café de Arte. Simultáneamente se iniciaba la pegatina en las
calles de Buenos Aires en avenidas estratégicas y lugares
culturales. Bibliotecas, teatros, cines y todo sitio
que tuviese que ver con la propuesta. Unos dias
antes de la presentación, cuando ya teníamos la hoja en la mano y
respirábamos el olor a tinta fresca, con mi amiga Elena Fassio decidimos
llevarle la revista a nuestro admirado Borges. Buscamos en la guía y
ahí estaba, en la calle Maipú. Una tarde con las piernas
temblorosas tocamos el timbre de su departamento. Nos atendió una
voz de mujer, le adelantamos nuestro propósito y nos dejó subir. En
el palier tocamos nuevamente timbre y nos abrió la puerta, la que
después supimos era Fany, su asistente. Yo le había escrito una
notita a Borges y se la entregué a Fany con nuestro primer número
de Brújula. “esperen aquí” nos sugirió. Y ahí quedamos
emocionadas y felices. Borges estaba viendo nuestra revista. Su idea
plasmada por segunda vez por gente desconocida. Al rato se abrió la
puerta y nos invitó a pasar. Ahí estaba, el genio de Borges, su
mítica ceguera, su bastón. Estaba acompañado por María Kodama,
los dos sentados en sus respectivos sillones, sonrientes y amistosos.
El se puso de pié para saludarnos y enseguida sentí que era todo un
caballero. Mi amiga Elena se quedó en segundo plano. No quiso o no
tenía mi audacia. Pero había que salvar el momento. Y me sumergí
en la suerte que sabía me acompañaría porque mi intención era
noble. Reconocer su talento, hacerle saber que lo habíamos copiado
en su idea y pedir disculpas por nuestro atrevimiento. Pero todo él
lo hizo muy fácil. Enseguida se dio cuenta que éramos dos mujeres
jóvenes lo que le encantó. Nos presentó a Kodama, habló de los
poemas eróticos que ella escribía e insistió para que nos los
leyera, asunto que K. se negó rotundamente. Después habló de
Prisma, de su juventud y de que no editáramos más de tres números,
que esa era la vida útil de las revistas literarias. Yo sonreía y
contestaba como podía. Después, no sé porque se puso a hablar de
la Guerra de Secesión y a cantar baladas irlandesas. Yo no pude
seguir su nivel de conversación; él se dio cuenta y entonces hizo
preguntas más puntuales. Quiénes éramos a qué pertenecíamos,
dónde mostrábamos nuestra producción. Después de un rato, con
toda amabilidad nos deseó suerte y dio por terminada la
entrevista.Con Elena salimos con alas en nuestros pies. ¡Éramos tan
felices! Emocionadas nos repusimos en el bar de la esquina con un
coñac, cosa insólita porque no somos bebedoras. Pero la ocasión lo
merecía. Habíamos trabajado tanto! Pasó el tiempo e hicimos seis
números de Brújula. En entrevistas televisivas, Borges recordó
Prisma muy puntualmente, después de sesenta años de editada. Al año
siguiente Borges se enfermó, se casó y eligió morir en Ginebra.
Cuando llegó la noticia estábamos en Radio Nacional haciendo una
lectura de poemas del número tres de Brújula. Creo haber sido una
de las primeras personas en enterarme; Télam acababa de pasar el
cable a todos los medios de difusión. Tiempo Argentino, el diario de
Jorge Burzaco, al día siguiente ocupó toda su portada con este
título: SIN BORGES.
Raquel Saporiti,
invierno del 2012
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